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martes, 21 de febrero de 2012

Entre amigos se juega mejor.

Entre amigos se juega mejor  

Habíamos salido vivos de San Antonio gracias a las estratosféricas salvadas de Jacinto “gorrión” Garrido, extraordinario personaje de las porterías del barrio; primero porque era portero del colegio nacional y lo conocía todo el mundo y segundo... segundo, porque mal que le pese a los desafortunados y envidiosos rivales, era nuestro arquero.
Fuimos a jugar con el San Antonio con dos menos porque habían echado al “pepe” y a Sosa en el partido anterior y nos jugábamos el ascenso, si perdíamos se acababa todo. Pero para sorpresa nuestra, del rival, de los hinchas y del supremo, apareció por fin lo que esperamos durante varias temporadas... un partido sublime del gorrión; ¡ah, no sabes, se atajó todo ese día!; desde que empezó el partido daba órdenes y vociferaba como un león enfurecido con gritos salvajes, dirigiéndonos los relevos y organizando la zona defensiva; ¡qué partido del gorrión!; gracias a él estamos hoy donde estamos, bueno... a él y al partido contra el Fleming, ¡qué equipazo el Fleming y qué partido del enano!; pensar que todo fue por lo de la ida, es que se burlaron tanto, que el enano se tuvo que enojar nomás y eso que él era un tipazo, de esos que cuando te veía en una fea se ponía en tu lugar y siempre te tiraba la mano para salvarte.
No va, que los del Fleming se vienen a jugar el campeonato con nosotros en la última fecha, ¡sí!, los del Fleming, los que nos habían defenestrado en el partido de la primera vuelta en su barrio y ahora... mirá vos... en qué situación el caprichoso e irrefutable mensaje del destino nos había hecho este majestuoso e irrepetible favor, en pos de perpetrar la venganza y salvar un pedazo de historia que el barrio se merecía como nunca; siempre fuimos los últimos en la ciudad, nunca habíamos ganado nada (salvo cuando éramos nenes) y en el barrio, la gente se estaba acostumbrando a ver 11 “perros” encerrados en un alambrado, con el fin de perseguir a sus presas a las que nunca daban caza; para que, aunque sea, no les metan seis o siete como en los últimos años... y ahí estábamos nosotros... los once amigos de toda la vida, los que veníamos jugando desde que teníamos cinco años. Cuando el padre de Jorge decidió que la junta debía ser un equipo, para darle forma a esos partidazos que se armaban en el patio de mi casa. 


Ahora los del Fleming venían al barrio y se jugaban el campeonato, estábamos a tres puntos de ellos y a dos del segundo, los dos primeros ascendían y nos la jugábamos todos. Ellos si perdían por más de un gol quedaban casi afuera porque los del San Antonio jugaban en casa contra el último, pero nosotros... nosotros nos jugábamos más que un simple ascenso de categoría, nos jugábamos la historia, la simple y llana posibilidad de confirmarle al mundo, escabroso y solamente movilizado por meros intereses económicos, que si se juega entre amigos, se juega mejor; que un equipo se hace de hombres no de nombres, que cuando el que te la pide en el área de un fabuloso campo de fútbol con casi treinta años, es aquel mismo niño que cuando teníamos cinco, se paró detrás del arco y con voz trémula y las zapatillas gastadas en la suela nos preguntó: "¿puedo jugar?". Así es diferente, la vida te pone en estas situaciones para que intentes comprender que de esto está hecho el universo; que en las simples cosas está lo verdadero, lo esencial y perpetuo.
Sabíamos que no era fácil, que ese partido marcaría nuestras vidas y en el vestuario nadie se atrevía a subir el mentón; incómodos ante una posibilidad tan majestuosa e histórica; decidí levantarme y tomar la palabra...
"Muchachos... les voy a confesar (la voz se me entrecorto porque no estaba acostumbrado a estas situaciones tensas), que desde que me tiré en la cama anoche, no pude cerrar un ojo hasta muy entrada la madrugada. Mi cabeza no para de pensar en la magnífica situación en la que estamos, todos queríamos esto, todos sabemos que este barrio es nuestra vida y este club, que nació con nosotros, siempre estuvo imposibilitado de llegar a esta situación. Ahora, acá parado delante de ustedes, debo decirles que desde que los conozco, eso significa desde que tengo uso de razón, hemos pasado situaciones tan o más complicadas que esta; hemos estado al borde del desastre cuando el Fiat 600 de don Jorge, que nos llevaba a los once al torneo del club Belgrano, empezó a echar humo por el capó y se empezó a prender fuego... y después del incidente salimos a la cancha y les hicimos 5 a los contrarios, para salir campeones por primera vez con sólo 6 años; o el día que Fabio jugando contra el Sporting se quedó inconsciente en el suelo y cuando se levantó empezó a correr desenfrenadamente y con semblante de crack... (a Fabio se le escapó una mueca de su tensa cara), el problema era que corría para el arco nuestro y sin dudarlo; sacó un pelotazo que el “gorrión” tuvo que esforzarse como un halcón para sacar del ángulo. Después, sin un solo gesto más se desplomó y acabó internado en observación; o el domingo que el laucha decidió por primera vez subir a cabecear un centro y la clavó en el ángulo para clasificarnos a la final del fútbol playa; o la noche que nació el hijo de Jorgito, ¿se acuerdan?, que nos encontramos todos en el hospital y llorábamos de alegría. Como si todos fuéramos el padre y nuestras novias y mujeres con la baba colgando, viéndonos melancólicos como niños...
Este no es un día más, es el día en que este precioso deporte ha elegido para demostrarnos definitivamente que somos una gran familia, que dejamos de ser unos niños que rompíamos ventanas en el barrio y pasamos a ser hombres que demostramos, estando juntos todos estos años, que cuando se juega entre amigos, no hace falta ser el mejor jugador del mundo, no hace falta tener interés en salir campeón. Me atrevo a decir que ni siquiera hace falta preocuparse por querer ganar... porque somos tan felices adentro cuando nos la pedimos y pasamos entre nosotros... que inevitablemente logramos lo que nos proponemos, es la fuerza del grupo, la ola que provocan los sentimientos, lo que todos estos años han forjado en nuestros corazones, el placer de ver que estás con tus hermanos, tus amigos, tu pasado y tus mejores recuerdos jugando al deporte más bonito que se ha podido inventar. Díganme ahora, si tienen ganas de salir a jugar; y no les hablo de ganar; sólo díganme si quieren compartir este mágico momento conmigo, porque si yo tuviera que elegir las personas con las que compartir esta fantástica oportunidad, sería con ustedes indudablemente; lo único que les pido es que me acompañen con la frente bien alta y que cuando lleguemos a centro de la cancha, hagamos un círculo y nos detengamos unos segundos en rememorar todos los magistrales momentos que vivimos juntos. Después, que cada uno se deje llevar por lo que esta situación le provoque...”
Salimos a la cancha y ganamos aquel partido con las complicaciones lógicas de la situación... el enano, que hizo dos goles, tuvo su esperada “venganza” y todos, al terminar el partido, nos dimos cuenta que desde aquel impensado y repentino discurso y posterior abrazo en el centro de la cancha, una sensación de orgullo nos invadió y se apoderó de nuestras habilidades deportivas para transformarlas en eternas habilidades humanas, inspiradas en una extraordinaria e inalterable fuerza que perdura por sobre todas las cosas, y que sin darnos cuenta la habíamos llevado dentro de nuestros corazones durante todos aquellos años. Comprendimos el simple y extraordinario sentido del valor de la palabra que mejor equipos hace en el mundo: amistad.

Mario Meriano

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